¿Quién es San Francisco para mí?
Conocí a San Francisco, siendo un adolescente. Me cautivó su desprendimiento, su humildad, el amor tan grande a la pobreza y a todas las criaturas. Su entrega total sin interpretaciones a las palabras de Jesús de Nazaret en los Evangelios, su gran libertad, su alegría en los sufrimientos, su amor incondicional a la voluntad de Dios...
La lectura de aquel libro me envolvía en una admofera que me hacia perder el sentido del tiempo. Como diría Francisco, “el hermano tiempo” se detenía para que yo pudiera saborear con los ojos del espíritu en sus relatos, en su historia, en su vida. Quería ser uno de ellos, uno de sus HERMANOS. Quería corretear de tras de Francisco por esos campos unas veces llenos de hermosas y coloristas florecillas de primavera, como en la reluciente blancura de sus campos nevados. Deseaba pasar calor y frío penas y desprecios burlas y risas al lado de aquel hermano que se desprendió de todo para seguir a Cristo y a Cristo crucificado, sin importarle lo que los demás pensaran de él, aún en su propio ciudad y entre sus conocidos.
Mi deseo era seguir aquellos primeros hermanos que seguían a San Francisco por los campos y montañas, ciudades y pueblos de...! OH que alegría sería poder ser unos de ellos ¡ de vivir sus aventuras, sus gozos y penas. De ser un pobrecillo fraile llevando el pobre habito de los primeros momentos de la fundación de los hermanos menores. ! Que gozo sentía ¡ ! Que alegría ¡Mi espíritu estaba tan metido en la lectura del libro que las cosas del mundo dejaba de existir para mi, para saborear a aquella aventura de los primeros tiempos del pobrecillo de Asís. ¿Acaso los sueños no se pueden hacer realidad? Pensaba una y otra vez para mí. Quiero ser unos de ellos. Quiero ser un fraile, quiero ser un hijo de San Francisco.
Recuerdo muy bien allá por los años setenta y tres ó setenta y cuatro, cuando yo y otro amigo mío, fuimos al convento de San Miguel de las Victorias, en la ciudad de La Laguna en la Isla de Tenerife, para pedir el ingreso en la Orden de los frailes menores franciscanos. Tocamos en la puerta y nos abrió un fraile que muy amablemente nos izo pasar al claustro donde esperamos al superior del convento. El superior nos trató muy amablemente, era una persona mayor. Nosotros tendríamos unos diecisiete años mas o menos. Nos izo algunas preguntas sobre nuestra vocación, si habíamos echo la mili, si teníamos trabajo, si teníamos carnet de conducir etc. etc.…
Nosotros nos mirábamos sorprendidos por todo aquello ya que nada de eso teníamos mi amigo y yo. Que pasaría entonces nos admitirían en la Orden. Nuestros sueños se iban esfumando a cada momento de la interrogación; pero por eso no dejábamos de confiar en la voluntad de Dios. Después de charlar un buen rato nos invitó al coro del Santuario del Santísimo Cristo de La Laguna, para rezar con los hermanos las Vísperas y el Santo Rosario. Recuerdo que el Rosario se nos izo muy largo no era como estábamos acostumbrados a rezarlo, los cinco misterios, sino que parecía que no se terminaba nunca, hasta que al fin terminamos la oración y bajamos nuevamente al claustro del convento, donde nos animó a seguir con nuestra vocación, aconsejándonos que hiciéramos la mili y nos sacáramos el carnet de conducir y otros consejos que no vienen al caso.
Esa fue nuestro primer contacto con la Orden Franciscana de los hermanos Menores. Para mí fue una decilución, no sé para mi amigo como lo tomo él, ya que salimos en silencio sin decir palabra alguna.
Me he sentido conmovido e identificado con esta narración de Ermitaño, gracias por compartir tu experiencia hermano.
ResponderEliminarYo también conozco a Francisco desde que tenía 5 años. Cantaba por entonces en una cripta franciscana ubicada en un convento de la Ciudad Condal. Pero no fue hasta años más tarde cuando reparé de su presencia en mi vida. Aún es más, estuve en Assís donde sin saber bien por que compre una tau prendado de esa cruz. Fue tiempo después, cuando volviendo a sacar la cabeza por aquel convento donde tantos recuerdos guardo de mi infancia, tome conciencia de su ser.
A partir de entonces empezó una configuración con Francisco que ha hecho cambios extraordinarios en mi vida, eso sí, con la orden franciscana y la religión católica mantengo las distancias por questiones de respeto mutuo, la cara que les muestra Dios sigue siendo otra distinta de la que mostró a Francisco el Cristo de San Damian.